viernes, 20 de agosto de 2010

Melodrama y galletas de animalito

¿Será que el ser humano es por naturaleza demasiado afecto al drama? Después de un cuidadoso estudio en estos últimos años (dígase tropezar y tropezar en relaciones cómico-mágico-musicales con galletas de animalito incluidas para cortarse las venas), te vas dando cuenta que a donde quiera que vayas el drama está presente en mayor o menor medida. Incluso, parece ser un ingrediente básico para cualquier capirotada emocional que armamos en una relación que involucra a dos personas; donde siempre pueden estar invitados eventualmente un tercero, un cuarto e incluso un quinto. Y aquí es cuando dices: ¡venga la orgía emocional para no aburrirse! Porque después de todo este mundo es tan rutinario y monótono que nos asfixia, tan cuadrado que casi raya en cubo, tan… mundo real.

¿Por eso muchos son tan adictos a las telenovelas? Sueñan con una vida llena de arranques emocionales dignos de cualquier melodrama hecho en videotape, con libretos que parecen estar escritos por cualquier adolescente con la mente atrofiada producto de tanta miel en la sangre. Porque después de todo si algo nos ha enseñado Televisa, por más de medio siglo, es que siempre no importa lo que pase (dígase: llegas de sirvienta a la casa de los ricos, te embaraza un hijo de los patrones o la villana ninfómana en minifalda te hace la vida imposible por 6,876,78,684 capítulos y sigues siendo la protagonista ingenua y estúpida creyente en que la Virgen de Guadalupe con su vientecito milagroso te salvará de la tempestad) ¡el amor melodramático siempre triunfa y acaba en boda con mariachi! ¿No es maravilloso eso? El drama aderezó toda la historia, nos mantuvo al borde del asiento como televidente por tanta “emoción fuerte”, y finalmente nos deja con un buen sabor de boca viendo a la protagonista en el altar vestida de blanco (la cual irónicamente en toda la telenovela fue tan manoseada, como la tortilla de “hasta arriba” en el tortillero a la hora de comida… valga la redundancia).

Entonces, después de este trasfondo “telenovelero”, podríamos llegar a la conclusión de que nunca nos conformamos con una “relación normal”. Aunque la “normalidad” podría tener muchas acepciones, me limitaré a definirla como el estado donde no hay sobresaltos, todo fluye fácilmente, no te tirarás al suelo a llorar cual María Magdalena porque el otro o la otra no te mandó un mensaje de celular con el típico “Buenos días, bebé precioso(a)… Te amo demasiado, por los siglos de los siglos de aquí hasta el fin del mundo y le vuelvo a dar otras dos vueltas de rodillas… Amén…”; o en resumen, una relación donde sabes que ese alguien no necesita decirte o demostrarte con trivialidades cada dos minutos que te ama para tener la certeza de ello… simplemente ambos lo saben y punto. Pero, no nos sentimos plenos con eso y buscamos hacer en extremo difícil todo aquello que idealmente debería ser fácil. Dicho en llanas palabras: trastorno maniático-melodramático-compulsivo con dosis de llanto y euforia.

Y curiosamente, aunque tratemos de alejarnos de los terrenos propiedad del trastorno maniático-melodramático-compulsivo, siempre volvemos a las andadas. Como lo dije al principio, tal vez sea la necesidad de que este mundo no sea tan cuadrado y gris en su agobiante rutina. Por ello, alguna vez intenté alejar el drama de mi vida, pero me di cuenta que sin él todo era tan aburrido que volvía una y otra vez como si fuera adicción a la heroína o al pastel de chocolate (me sentí como en junta de AA: “Me llamo Pepe, y soy melodramático…”). Emulando a AA, valdría la pena establecer grupos de apoyo de Melodramáticos Anónimos con los jueves de “Confesiones de un Melodramático Veinteañero” y los viernes de “Traiga a un amigo melodramático y le hacemos 50% de descuento en la inscripción y primera mensualidad”. Algo bueno podría salir de estos grupos: controlas tu adicción o encuentras a alguien, más sumergido en el hoyo que tú, para seguir armando dramas por todo lo que reste del año fiscal en curso.

Por lo tanto, en este momento de mi vida, estoy en la disyuntiva de alejarme de esas andadas o seguir haciendo numeritos “telenoveleros” cada dos horas con periodos de descanso de 15 minutos. Aunque es divertido, llega a ser muy desgastante y no reditúa nada económico a cambio… porque si así fuera, no tendría que trabajar 8 horas diarias en un empleo “normal” de lunes a viernes (nota mental: buscar en el periódico alguna vacante de Analista Melodramático Senior… soy optimista profesionalmente hablando, y tal vez tenga suerte). Finalmente, sé que no voy a dejar dichas andadas como varios conocidos que andan allá afuera y siempre están absortos en pequeñeces, que acaban convirtiéndose en grandes tragedias emocionales como tormentas en un vaso de agua, ¿así de compleja tendremos que construir nuestra vida cotidiana? Viendo el panorama, podría aventurarme a decir que sí.

En conclusión, podríamos definir cinco leyes fundamentales del drama, porque las Leyes de Newton se quedan cortas ante tanta complejidad emocional:

1.       El drama no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Crees que tu drama terminó con alguien cuando en realidad éste se transfiere a alguien más, y eventualmente terminarás haciendo los mismos numeritos ya sea en público o en privado. Y esto tiende a infinito con periodos senoidales de altas y bajas.
2.       No importa qué tanto drama exista, siempre hay espacio para más drama. Bien dicen que “todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar”, y nunca es tarde para superar tus ridiculeces anteriores… ¡Vamos campeón! ¡Tú puedes!
3.       Los dramas pueden dividirse en 4 grandes periodos anuales, para una mejor referencia dentro de nuestro archivo emocional: Drama Floral de Primavera (caminatas suaves y llantos por la pradera), Drama Jumbo de Verano (calurosos y románticos momentos con ira infernal), Drama Monstruo de Otoño (si pensabas que la ira infernal se había quedado en el verano, no tienes idea de lo que pasa en tiempos de cosecha) y Drama Gélido de Invierno (para cerrar el año con broche de oro, unas cuantas lágrimas no están de más junto al arbolito de Navidad).
4.       Si huyes del drama… no importa, siempre sabe cómo encontrarte. Una experiencia propia y muy personal: huí cual damisela despavorida del drama, me escondí bajo las piedras, éste me encontró y no tuve más opción que cooperar. A veces pienso que es mera predisposición, y huir de eso es una negación vil.
5.       El drama te ama, y tú lo sabes… abre tu corazón a él. Es como decirle a un modelo: “La cámara te ama, hazla tuya”. Tú lo sabes, naciste para brillar en el terreno maniático-melodrámatico-compulsivo, usa lo que Dios te dio y sé una estrella.
                Siendo estos 5 principios universales, aplican en todo momento, todo lugar y con cualquier persona.

Por ahora, es todo lo que podría decir al respecto… aunque hay miles de cosas que aún podría compartir pero será para otra ocasión.

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