viernes, 27 de agosto de 2010

El columpio color rosa mexicano y tú

Es casi tan determinante como un dogma de fe, todos nos hemos sentido alguna vez cual quinceañera en columpio y quien jure que nunca se ha subido, ¡miente! Y no me refiero al típico juego infantil del parque, que tanto disfrutamos cuando éramos niños comedores compulsivos de golosinas; no obstante, la sensación es básicamente la misma y a veces te puede llegar a marear con una apabullante intensidad. A este fenómeno lo he bautizado como el columpio emocional que nos trae de arriba a abajo y nos hace pensar que el mundo es color rosa mexicano aunque sea por unos cuantos minutos. Pero concretamente hablando, ¿qué podría definirse como columpio emocional? He ahí la cuestión y la esencia de esto radica en el hecho de sentir primariamente “maripositas en el estómago” por alguien a quien vemos como el amor de nuestra vida (sí, lo acepto... yo que tanto me burlo de las colegialas enamoradizas en falda a cuadros, y a veces actúo peor que una de las más cursis y virginales en plena crisis de polen de primavera).

La escena es simple y llana, pongamos un ejemplo un tanto extremo pero bastante ilustrativo:

Había una vez una colegiala pura, santa y buena llamada Alejandra (o Alejandro, el género es realmente indistinto para este fenómeno que tanto ha intrigado a la humanidad desde antes que se escribiera el Génesis de la Biblia). Cierto día, Alejandra estaba revoloteando entre los tulipanes del parque con toda la primavera en su apogeo y conoció a Pepe; entonces, para ella fue instintivamente amor a primera vista (“maripositas en el estómago”). Pepe dijo un simple “hola” a Alejandra y todo no pasó de ser una conversación sobre cómo encontrar la insulsa parada de autobús más cercana, la cual desde el punto de vista objetivo y frío no tuvo tintes románticos. Pero, Alejandra (cual colegiala en falda a cuadros o quinceañera en columpio) se enamoró perdidamente de Pepe y en esos minutos visualizó su vida al lado de él: su futuro noviazgo, el anillo de compromiso, la posterior boda, la luna de miel, su hogar, sus hijos, cómo le iba a hacer para bajar esos kilos de más que los embarazos le dejarían, e incluso sus nietos. En síntesis, Alejandra se columpió estúpida y perdidamente por Pepe y… ¡Por Dios Santo! El hombre sólo quería saber dónde estaba la parada de autobús, y cuando lo supo se largó dejando a Alejandra con sus ilusiones y corazón de azúcar tirados por el lodo.

       Esta mini historia de un columpio con nivel de pureza al 100% es, como lo había dicho anteriormente, algo llevado a niveles alarmantes de cursilería pero la esencia se conserva para nuestra vida cotidiana. Y lo confieso, mil y una veces me he subido a ese columpio del cual pareciera no querer bajar porque creo que la sensación es tan placentera como cuando engullo cantidades industriales de pastel de chocolate (rayando en un orgasmo infinito a la n potencia… y ahora me pregunto, ¿qué tan conveniente sería un orgasmo infinito?). Sin embargo, el problema radica no en subirse al columpio sino en lo que pasa al bajarse cuando ves que son meros castillos en el aire, y a la otra persona no le pasa por la cabeza la más mínima idea romántica. Entonces, viene la fase de “bájate del columpio y llórale” porque ya se acabó la fase inicial de “sube y colúmpiate”.

¿Qué es lo que pasa en la fase “bájate del columpio y llórale”? Obviamente es el momento donde pones los pies en la tierra y ves que la vida no tiene tanto sabor a miel de maple como una novela de Corín Tellado. El llanto es opcional para el columpiado(a), podría ser del tipo “una triste lágrima rodó por mi mejilla” o bien “llanto del alma” (¡vengan los violines lastimeros como trasfondo musical de melodrama!). Por consiguiente, esta fase del desengaño no es la más agradable para el columpiado(a) y por eso no queremos a bajar, todo esto para seguir visualizando ese futuro lindo y maravilloso cual quinceañeras colegialas soñando con ese mentado “Pepe, el hombre perdido del parque” (agréguenle el nombre de su preferencia si así lo desean). A esto se le llama negación, y a muchos nos encanta vivir en ella aunque a la larga nos haga más mal que bien. Entonces, aquí viene la disyuntiva de si el columpio emocional es bueno o malo.

         Y ante esto, ¿qué hacer frente al columpio? ¿Seguirlo o negarnos? Tengo la teoría de que el hecho de negarte a algo hace que de forma eventual lo termines haciendo, porque después de todo lo prohibido siempre es lo más tentador para seres humanos como tú y como yo. Por lo tanto, abramos el corazón al columpio no sin antes olvidar este decálogo:
  1. Siempre que veas un columpio, súbete pero bajo tu propio riesgo.
  2. Nunca te niegues al columpio, sabemos que terminarás haciéndolo travieso(a).
  3. Cuando estás en la fase de “sube y colúmpiate”, debes tener en mente que en algún momento eso tendrá que terminar (nada es eterno en esta vida, ni siquiera Silvia Pinal a sus 300 años).
  4. Disfruta el columpio mientras dure, porque después de todo… ¿quiénes somos para negarnos a esos deliciosos placeres mundanos?
  5. Si la fase “bájate y llórale al columpio” llegó y aplicas el llanto “una triste lágrima rodó por mi mejilla”, ¡que sea sólo una! Porque luego se hinchan los ojos y el rímel se corre.
  6. Si  por el contrario, aplicas el “llanto del alma”… Por favor, deja las ridiculeces y busca otro lugar donde columpiarte.
  7. Columpiarse con medida es sano, hazlo de vez en cuando para que se endulce tu vida.
  8. No abuses del columpio, tanta cursilería produce diabetes emocional.
  9. Es mejor bajarse del columpio por iniciativa propia y no que alguien más te baje por la fuerza, tú sabes cuándo es tiempo de parar.
  10. Re-columpiarse es válido, siempre y cuando valga la pena hacerlo (por experiencia propia, hay columpios que no tienen remedio y no valen ni un suspiro más).

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