martes, 27 de marzo de 2012

Corazón cerrado por remodelación en 29 de febrero


¿Saben qué es peor que un corazón roto cualquier día del año?  ¡Un corazón roto un 29 de febrero! Podría haberme pasado cualquier otro día, pero ¿por qué justo en un momento que sólo se repite cada cuatro años? Y justo cuando creí que me había pasado de todo (enumerando ciertos highlights de mis aventuras y/o desventuras románticas como medallas de héroe de guerra):
  • Ejecuciones de columpio tras columpio emocional, a veces de manera simultánea directa y sin escalas (porque no cualquiera se emociona, de una manera tal que sobrepasa la euforia, cuando alguien te dice que se acuerda de ti hasta cuando prepara molletes en el desayuno, y sí… ¡yo lo viví y mueran de envidia!).
  • Actuaciones magistrales como el “chico fugitivo del primer date” (aquél que lo ves en la primera cita como “this is the one”, y luego se desaparece evitando alguna posterior).
  • Intentos fallidos para vivir prácticamente en dos mundos dentro de una misma ciudad (con sus respectivos y dispares husos horarios, códigos postales, flora, fauna, usos y costumbres) donde tuve que dejar colgada en el clóset mi inherente personalidad de “niño fresa mimado odioso” (a la cual extrañé tanto tiempo y prometo nunca volver a salir sin ella).
  • Y, ¿por qué no? Haber estado aferrado a algo (que no se le puede considerar persona a estas alturas, sino capricho) que estaba a miles de kilómetros de distancia. Aunque, confieso que el drama se ejecutó simultáneamente en locaciones exóticas: Monterrey, convertido actualmente en zona de guerra, y el Caribe (ninguna telenovela de tres pesos tendría presupuesto para algo así… ¡pero de nuevo yo lo viví y mueran de envidia!).
Y no obstante, habiendo vivido tanta estupidez sentimental que me tenía al borde del delirium tremens, mi flamante amigo el Señor Destino (sí tú, maldito ente ocioso sin algo qué hacer de provecho más que fastidiarme la vida) dicta que un 29 de febrero yo sea víctima de aquello que llamo: “Sólo por desquitarme: me río de lo que sientes por mí, finjo como que no me importa todo lo bueno que pasó antes, y si te vas… ¡tampoco me importa!”; o resumiendo: “Por venganza, te rompo el corazón”. Entonces, debo admitir que no fue un buen 29 de febrero (sí, he tenido mejores aunque no lo crean), y tampoco lo fue el día posterior (30 de febrero 1 de marzo, pero por mi fase de estancia en el limbo parecía un día irreal).

Por lo tanto, estas últimas semanas han sido como de adicto en fase de recuperación (addicted to love… yeah baby!), con sus altas (“no llores porque terminó, sino sonríe porque sucedió…” bullshit!) y bajas (“llora todo lo que puedas, porque son las últimas lágrimas que ese alguien merecerá…”). Aunque, hay algo que me dijeron estos días lo cual hizo que mi mundo se cimbrara (y no revelaré al autor, pero sé que le salió del alma porque se preocupa por mí): 

“¡Construyes toda una relación dentro de tu cabeza!”

Ante tal comentario me quedé frío, sabía que era cierto y he de confesar que al escucharlo me ataqué de risa. Y lo acepto, me encanta columpiarme cada cinco minutos con cualquier persona que medianamente pudiera valer la pena (dentro de mis estándares un tanto retorcidos, claro está). Entonces, ante tal síndrome de “colegiala fan del columpio emocional”, no me queda más que redefinir exactamente cómo debo manejar mis sentimientos hacia la siguiente persona que pudiera ocupar el lugar del “vengador anónimo” (por motivos de confidencialidad).  Finalmente, he aquí mis principios de “remodelación del corazón” en base a ese alguien:

  1. Aprendí que no hay que dar todo a manos llenas, el corazón debe abrirse a cuentagotas. Ese alguien lo valorará más y se esforzará por hacer lo mismo.
  2. No tienes por qué cambiar todo lo que tú eres, sólo porque ese alguien vive en un mundo diferente al tuyo. Cada uno debe poner de su parte y aprender a sobrellevar ambas realidades.
  3. Jamás debes aguantar los caprichos y desplantes de ese alguien sólo porque lo amas demasiado, y tragarte todo tu enojo. Eventualmente ese enojo sale a la luz, y lastima a ese alguien de forma exponencial a comparación de como te hirió en un principio.
  4. Las relaciones sentimentales sin nombre, extendidas por un considerable lapso de tiempo, no son buenas. Vivir en un terreno gris hace que te sientas un tanto libre al inicio; pero conforme dicha estancia avanza, esa sensación termina convirtiéndose en necesidad de compromiso.
  5. Amar a alguien cuyas decisiones se ven influenciadas fuertemente por sus amigos, jamás valdrá la pena. Una relación es de dos personas, y si yo tomo lo mejor de los consejos de mis amigos y me formo un juicio propio; espero que ese alguien haga lo mismo, y no sea un títere de los demás.
  6. Y lo más importante, sigue tu camino si ese alguien ya te demostró que no le importas (aunque existiera la más remota posibilidad de que lo haya hecho de forma irracional y sin pensarlo). Al principio duele, pero después todo queda como un 29 de febrero: un día tan remoto, que sólo recordamos que existe cada cuatro años.

Habiendo aprendido todo esto, llegué a la conclusión de que si alguien más llegara (tal vez mañana, la próxima semana, el próximo mes o el próximo año) podría ver los frutos que me dio dicha remodelación. Y quisiera pensar que dicha felicidad llegará súbitamente, sin embargo, la vida no funciona así (entonces, habría que bajar el nivel de intensidad emocional). Pero, lo que realmente vale la pena toma su tiempo en formarse; y por ahora, sólo me queda esperar por aquello que pudiera suceder… 

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