lunes, 28 de marzo de 2011

El Monstruo Devorador de Corazones

¿Me he convertido acaso en un monstruo que vive por y para devorar tantos corazones como su apetito lo permita? A estas alturas me atrevo a decir que por fin lo he logrado, y soy uno de esos monstruos que tratan de llenar ese vacío emocional que tienen; queriendo o aparentando darlo todo, recibiendo nada al final del camino. Tal vez sea la premura por querer ganarte el corazón del otro, lo cual te hace voltear tu vida de una manera que acabas preguntándote en dónde quedó tu verdadero yo y cómo diablos tu monstruoso álter ego llegó para quedarse. Y aunque deseo escapar de ese álter ego, sádicamente lo he encontrado placentero con el pasar del tiempo y gozo hacerme daño con momentos melodramáticos liberadores de endorfinas; y para mi pesar (o deleite porque llegas al punto donde no sabes diferenciar un sentimiento del otro), si juro que no lo vuelvo a hacer (pausa de suspenso y suspiros de resignación, gracias)... ¡de nuevo estoy en el mismo camino terrorífico del drama consciente o inconscientemente!

Es por ello que esta vez no quiero sonar gracioso en cada línea que escriba, porque estoy cansado de querer hacer reír con mis divagaciones sentimentales y experiencias trágico-cómico-mágico-musicales propias (que en teoría deberían hacerme aprender a no volver a cometer los mismos errores). Ya que si alguna vez decidí comenzar a escribir “Melodrama y Galletas de Animalito”, fue para sacar todo lo que me hacía sentir esa montaña rusa de manipulación sentimental que comencé a vivir un año atrás. No obstante, si este año creí haberme alejado de esa montaña rusa dejándole claro que la distancia era obligatoria de aquí en adelante, pues no fue así porque la montaña rusa me persiguió y quiso saber qué había sido de mi vida al lado de alguien más (y es cuando me pregunto... ¿es tan díficil alejarte cuando te dicen claramente que debes estar lejos?). Y mi vida... (¿vida? si viéndola retrospectivamente siguió remembrando esa temeraria atracción sentimental de parque de diversiones) continuó su curso como la vida retorcida de un típico monstruo devorador de corazones, que quiso darle todo a alguien más y no cumplió su cometido.

Claro que en el proceso hubo otras personas con quienes no tuve piedad, y acabé usando para llenar ese vacío emocional con más vacío aún. Porque el monstruo devorador tiene esa dualidad de querer dar todo, aunque también goza jugar con los sentimientos de los demás y hacerles sentir queridos cuando en realidad no es así. ¿Será acaso el querer desquitar todo el daño que me hizo esa montaña rusa y aplicar las mismas tácticas con terceros? A veces me asusta mi manera de actuar cuando disfruto manipulando los sentimientos de aquellos, quiero llevar la relación al límite donde no haya vuelta atrás y se desencadene un suceso al más puro estilo de un “kamikaze emocional”. Consecuentemente la situación me aburre y boto a quien esté siendo presa de ese espectáculo. Finalmente, es la esencia de todo ser monstruoso y no veo que sea malo que de repente salga nuestro lado oscuro; la vida no tiene que ser bondad las 24 horas del día, eso no sería vida sino la trama de una protagonista estúpida de telenovela. Sin embargo, supongo deberían existir restricciones para ese lado oscuro (que de repente me llega a ganar).

Siguiendo el curso del monstruo devorador, justo llega el momento cuando encuentra a alguien que realmente le roba los pensamientos y el propio corazón. Ese monstruo se da cuenta que, después de esa insulsa montaña rusa que sólo sabe hacer daño y destrozar vidas sin darse cuenta, existe la luz que pueda controlarle ese lado oscuro sacando lo mejor de si mismo. Por consiguiente, el monstruo ve que ese alguien especial es la solución a su alocada vida llena de “tragedias melodramáticas equivalentes a una tormenta en un vaso de agua”. Entonces, ¿qué hacer ante eso? Pues el monstruo, en su pensamiento simplista y decadentemente esperanzador, comienza a dar todo de si mismo en una relación donde cualquier desaire es visto como una ofensa exagerada hacia su entrega. Esa persona nueva, con toda razón, se siente agobiada por la intensidad en el querer del monstruo y acaba terminando la relación por “diferencias irreconciliables”. A final de cuentas, yo me quedé justo donde empecé este año: viendo a mi alrededor y preguntándome en qué me he convertido.

No tendría caso buscar culpables de toda esta situación, cuando sé que el culpable de tal monstruosidad soy yo mismo. Porque yo mismo elegí subirme a esa montaña rusa el año pasado, yo mismo lo hice una y otra vez jurando a cada momento que nunca más lo volvería hacer cuando al poco tiempo estaba de regreso por más, yo mismo opté por llenar el vacío con más vacío manipulando los sentimientos de los demás y yo mismo ahuyenté a ese alguien especial queriendo devorar su corazón. Posiblemente, la solución a todo esto sería dejar de buscar a otra persona especial y sólo esperar a que el destino ponga en el camino a alguien que quite esa voracidad de corazones.... ¿cuándo llegará ese momento? ¿Hoy, mañana o nunca? Porque a pesar de todo, sigo esperando a que mañana sea un día mejor y me dé la sorpresa de mi vida...

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